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Crina Budulan

¿Qué es la envidia?


Cuentan que…

…una noche de verano, una luciérnaga descansaba tranquilamente al borde de una hoja cuando escuchó un extraño ruido a sus espaldas y al darse la vuelta alertada, se encontró cara a cara con una amenazadora serpiente preparada para atacar. La luciérnaga esquivó hábilmente el ataqué y voló, pero sorprendentemente la serpiente, en vez de ir a por una presa acorde a su cadena alimenticia, empezó a perseguirla agresivamente. La persiguió durante horas hasta que, visiblemente agotada, la serpiente paró. Igualmente exhausta, la luciérnaga también paró a descansar asegurándose antes de que la hoja elegida estaba a una altura inalcanzable para la serpiente. Con sumo cuidado se acerco al borde y movida por la curiosidad, por la necesidad de saber, preguntó:

  • ¿Sueles comer insectos o es que tienes demasiada hambre?

La serpiente la miró con desprecio y siseó:

  • Ninguna de lassss dossss…

  • ¿Entonces, es que te sientes amenazada por mí?

  • ¡Esssso essss ridículo! – escupió las serpiente burlona.

  • ¿¡Entonces por qué!?

  • ¡¡¡Essss que no ssssoporto verte brillar!!!

Estupefacta y a la vez sintiendo compasión, la luciérnaga, con las fuerzas recuperadas, emprendió su vuelo cada vez más alto, brillando cada vez más, dejando atrás, abajo, en la más profunda oscuridad a la serpiente que se estaba retorciendo desquiciada entre ramas secas, hojas y hierbajos tras cada salto fallido en su loco intento de atrapar una luciérnaga.


La envidia es universal. Todos hemos sido “serpientes” alguna vez, en mayor o menor medida.


Todos hemos sido "serpientes" alguna vez...

Pero, ¿qué es la envidia?

Es un complejo conjunto de emociones y sentimientos negativos como el dolor, la tristeza, el odio, el resentimiento, el sentimiento de víctima o de culpa.

Según la RAE:


envidia = f. Tristeza o pesar del bien ajeno. II 2. fig. Emulación, deseo de algo que no se posee.

envidiar = tr. Tener envidia, dolerse del bien ajeno. II 2. fig. Desear, apetecer algo que tienen otros.


El denominador común en ambas definiciones es el sentimiento de dolor al desear algo que no se posee pero que otros sí lo tienen.


Si buscamos el significado etimológico de la palabra envidia encontramos la explicación generalizada que indica la proveniencia del latín invidere, considerando el prefijo in- (poner sobre, ir hacia) y el verbo videre (mirar), por tanto significaría “poner la mirada sobre algo”. De esta manera se explican tanto la expresión como la superstición “mal de ojo” que tan bien conocemos.

Pues bien, en realidad, las cosas son algo diferentes.

El prefijo in- , en este caso, es privativo y significa “sin”. En cuanto al verbo videre, su significado es “ver” (tener el sentido de la vista), por tanto, el significado original es “sin ver”. Además, sería un grave error confundir el verbo videre con el verbo miror, y sobre todo hablando de la envidia ya que el segundo verbo tiene el significado de “asombrarse”, el equivalente exacto en castellano siendo “admirar”. (Más sobre la admiración aquí)

¿Por qué “sin ver” y cuál es la relación con el “mal de ojo”? Aquí es donde se complican las cosas y hay que profundizar. Veamos. Efectivamente, todo empieza con la vista. Para que aparezca la envidia, primero hay que ver algo que deseamos conscientemente o inconscientemente, algo que otro posee y nosotros no. Percibimos una carencia y se crea un contraste. En este momento aparecen la tristeza, el dolor, el odio, el resentimiento, la culpa etc. Y nace la envidia. ¿Y qué provoca las primeras dos emociones (tristeza y dolor)? El hecho de ser incapaces de ver en nuestro interior los recursos y las habilidades necesarias para lograr lo que deseamos, por un lado, y por otro lado, nos volvemos incapaces de reconocer / ver que la persona que sí ha logrado tener lo que nosotros deseamos, es merecedora de ello. Como consecuencia intentamos eliminar el contraste, no queremos verlo más: o bien apartamos la vista, o criticamos al envidiado, o intentamos eliminar su logro o, incluso, intentamos eliminar al envidiado (al igual que la serpiente de nuestra fábula). Todo gira alrededor de NO VER, es decir invidere, o envidiar.

Para establecer la relación con el “mal de ojo” igualmente tenemos que volver en los tiempos antiguos. Tanto los griegos como los latinos temían sobremanera al Mal Ojo (o el momento del contraste) porque sabían lo que ocurriría después (la eliminación del contraste). A titulo de protección, confeccionaban todo tipo de amuletos para distraer la vista y engañar a la persona con Mal Ojo (evitar la creación de un contraste / provocar envidia) pues ya se sabe: más vale prevenir que curar.

Tito Livio (historiador romano; 59 a.C. – 17 d.C.) dijo “Caeca invidia est.” (La envidia es ciega.), pues como indicábamos antes, nos quedamos ciegos ante nuestros propios éxitos pasados o presentes, nuestros recursos y habilidades, nuestro potencial así como ante los méritos del otro. El problema es que al estar ciegos ante todo lo positivo que tenemos, también estamos ciegos cuando se presentan oportunidades para mejorar o lograr lo que deseamos. Es un proceso muy parecido a la ceguera inatencional o perceptual. Cuando estamos enfocados en una sola cosa (como por ejemplo en nuestra incapacidad de lograr lo que el otro tiene y en el sufrimiento que esto nos está causando) no somos capaces de ver las oportunidades aleatorias que se nos presentan.

Además, esa misma ceguera que se apodera de nosotros y no nos permite ver los meritos del otro empujándonos a criticarlo, a menospreciarlo a intentar despojarlo de sus logros, hace que no nos percatemos que en realidad estamos dejando al descubierto y con suma eficacia, nuestra pequeñez o, si lo prefieren, nuestra inferioridad.

Napoleón Bonaparte (emperador francés; 1769 – 1821) observó con acierto que la envidia “es una declaración de inferioridad”.

Las personas que tienen un complejo de superioridad (el individuo se idealiza y trata de ser alguien diferente como resultado de un mecanismo inconsciente, neurológico, con el cual se intentan compensar sus sentimientos de inferioridad) son las que más ponen de manifiesto su inferioridad (justamente lo que quieren ocultar) cuando sienten envidia. Al vivir en un mundo ficticio en el que son poseedores de valores, atributos y cualidades que en realidad no poseen, pero alardean de ellos, sufren un verdadero y doloroso choque cuando aparece en su entorno una persona que sí posee todo lo anterior (se crea un contraste muy potente). En el intento de hacerlo desaparecer del horizonte psicológico a menudo llegan a emplear el psicoterror (más conocido como Mobbing) y se transforman en verdugos (o acosadores).

Podríamos decir que estas personas tienen un bajo umbral de tolerancia.

Ahora, si tenemos un alto umbral de tolerancia sentiremos envidia muy pocas veces. Incluso seremos capaces de aprovecharnos de ella identificando correctamente nuestra carencia (¿qué es lo que me provoca dolor? ¿qué es lo que me falta y hace que me sienta así?) y superarla utilizando nuestros propios recursos y habilidades, apoyándonos a la vez en nuestros éxitos previos (lo que nos proporciona autoestima, confianza y motivación). Siendo honestos con nosotros mismos podremos pensar de la siguiente manera: “me alegro por el éxito del otro aunque yo no lo haya conseguido todavía”.

“Todavía” funciona como una palabra mágica, implica que aunque no lo tengamos ahora, con certeza lo conseguiremos en un futuro (confianza). La carencia duele mucho menos, o nada, porque somos conscientes de nuestro potencial, de nuestra capacidad de conseguirlo, tal como hemos conseguido otras cosas con anterioridad (los éxitos previos). Sabemos que tenemos los recursos y/o las habilidades necesarias aunque quizás tengamos que mejorarlas. Lo importante es que somos capaces de conseguirlo. Dado este paso, podremos también emular siendo motivados por la admiración, con una ausencia total de dolor.

Así pues, la mayor diferencia entre una persona con un umbral bajo de tolerancia y una persona con un umbral alto de tolerancia, es básicamente la medida en la que se presenta el dolor que está estrechamente relacionado con el nivel de autoestima, confianza, éxitos previos y honestidad.


Cierto es que hoy en día es difícil mantenerse libre de envidia. Vivimos en un mundo en el que la envidia es deporte universal. Se trate de lo que se trate (política, negocios, deportes, religión, prensa –sobre todo la “rosa”) siempre está presente: críticas, comparaciones, competitividad acerba, personas que alardean de lo que sea… Todo este bombardeo de así llamada “información” hace que escuchemos una y otra vez dentro de nuestras cabezas: “¡Eh! Tú, el que estás sentado cómodamente en tu mesa de trabajo en esa triste oficina o en tu sofá viendo la tele o leyendo el periódico durante el desayuno, fíjate en toda esa gentuza que aunque no se lo merece, lo tiene TODO.” Y empezamos a quedarnos ciegos. Poco a poco vamos perdiendo la capacidad de alegrarnos al saborear ese buen café, de estar en ese trabajo con esos compañeros o de ese momento de descanso bien merecido. Dejamos de apreciar lo que tenemos y lo que somos. Dejamos de ser conscientes de nuestra propia valía y empezamos a culparnos y a castigarnos cada día más por no tener lo que otros tienen y pasando luego, poco a poco, a castigarlos también a ellos, juzgándolos, criticándolos, menospreciándolos, burlándonos de sus logros o simplemente apartándolos de nuestras vidas o de nuestro entorno inmediato. Habremos originado un circulo vicioso: cuanto más potente el dolor, más potentes las criticas, más duro el autocastigo, más creciente el rencor, más profundo el odio, más intenso el sentimiento de víctima, más aguda la necesidad de eliminar el contraste, sea como sea.


Es preocupante que nosotros, los adultos, siendo modelos para los más pequeños, no sepamos identificar correctamente la envidia y tampoco seamos conscientes de lo dañina que es. Cada vez que criticamos a otros, cada vez que hacemos comparaciones, cada vez que les enseñamos a ser competitivos y ambiciosos, les enseñamos a ser envidiosos. Y aún hay más. Para enmascarar la envidia, solemos utilizar a modo de disculpa o justificación, la expresión “envidia sana”. ¿Cómo puede ser sano algo que esté causando el más mínimo dolor? Muchos dicen que se sienten motivados por esa “envidia sana”. Hay que preguntarse: ¿de qué se trata en realidad? ¿de motivación o de ambición? La motivación tiene como base la autoconfianza y la admiración, mientras la ambición tiene como base la envidia. Si todavía quedan dudas, habrá que seguir preguntándose: ¿puede ser sano algo que si no se neutraliza rápidamente llegará a hundirnos en la más profunda depresión o incluso llevarnos a dañar a otros?

Nuestra intención es buena, nadie lo puede negar. Estamos intentando criar leones que puedan manejarse en un mundo competitivo, ¿verdad? Pues la cruda realidad, es que en lugar de criar poderosos leones, estamos criando infelices serpientes perseguidoras de luciérnagas.



En resumen, para una vida mejor en un mundo mejor, hay que aprender y luego enseñar como admirar. Entender la importancia de ser consciente y agradecido por lo que ya eres (tu valía, tus habilidades, tus cualidades, tus recursos, tus capacidades) y por lo que ya tienes. VERLO, apreciarlo y cuidarlo. Un buen primer paso sería agradecer por las cosas pequeñas como un amanecer, una noche estrellada o una buena bocanada de aire fresco para que luego sea más fácil VER todo lo demás.



Expresiones relacionadas con la envidia o con su total ausencia:

  • “mirar de reojo”

  • “no puedo verlo ni en pinturas”

  • “ojos que no ven, corazón que no siente” (envidia o celos)

  • “no lo ve con buenos ojos”

  • “mal de ojo”

  • “dichosos los ojos” (ausencia de envidia)

  • “te veo” (Avatar)



NOTA: Este artículo se publicó originalmente en el blog de Escuela de Inteligencia.





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